Si hay una denominación en el campo tecnológico que cada vez está en boca de más gente ese es el Internet de las Cosas, o en sus siglas en inglés IoT —compresión de 'Internet of Things'—. ¿A qué se refiere este término y qué engloba? Pues trata de reflejar una realidad en la que todos los dispositivos que usamos de manera cotidiana se conectan para interaccionar entre ellos y con las personas a través de un teléfono inteligente.
Las razones que lo impulsan son varias: desde el confort que aporta este tipo de soluciones, como el ahorro para el consumidor y la seguridad que ofrecen. Por poner un ejemplo, en un contexto en el que la domotización de los hogares está a la orden del día, resulta muy cómodo, seguro y revierte en reducir el consumo, controlar desde nuestro 'smartphone' si todas las luces de la casa están apagadas o si hay un grifo abierto.
Las posibilidades que presenta y el bajo coste de su implementación —hoy casi todo el mundo tiene un teléfono inteligente—, hacen que se estime un gran crecimiento de dispositivos conectados de Internet de las Cosas. En concreto, se piensa que su número será superior a 30.000 millones en el año 2020 a nivel mundial.
Las grandes empresas ya perfilan líneas de desarrollo en este sentido, algo necesario si quieren aprovechar todo el potencial que brinda esta tecnología. Además del innegable valor en el contexto doméstico, también será de gran ayuda en otros sectores. Buena prueba de ello darán los centros comerciales o tiendas físicas los cuales podrán emplear el potencial de la analítica para conocer mejor a los clientes o detectar si son clientes habituales para mandar ofertas personalizadas.
Otro de los aspectos en los que se deberá trabajar fuerte en el futuro próximo es en la modalidad de pagos. Pensemos en un frigorífico que en función de lo que tenga en su interior ordene una compra automática con los productos de la cesta habitual de la familia. La apuesta por un pago seguro, cómodo y dinámico será lo que marque la diferencia para hacernos la vida más fácil.